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sábado, septiembre 16, 2006

ESA AUSENCIA QUE AUN PALPITA

ESA AUSENCIA QUE AÚN PALPITA


Llegué al lugar de referencia con el anochecer de aquel día de verano. Todo parecía mecerse en la quietud y el silencio, no pudiendo divisar rastro alguno de vida humana o animal.
Me tendí en el suelo y acaricié con el dorso de mis manos la hierba fresca, cubierta con un manto ténue de millones de pequeñas partículas de agua. Gotas cristalinas que en la oscuridad de la noche me devolvían el reflejo de las estrellas que en lo alto cuajaban el firmamento, anunciando el final del verano y el acecho del otoño.
En frente se alzaba aquella pequeña hermita, anclada en el centro del campo santo y de la cual se desplomaban unos rayos de luz que provenían de lo alto de su torre. Ésta me hería el rostro y reavivaba los recuerdos que anidaban en mi interior a la vez que me devolvía la belleza pétrea de aquella obra de arte.
Estos pequeños rayos, me permitieron sacar el cuaderno en el que siempre anotaba esas pequeñas histórias que hacen de la vida y de las personas lo que realmente somos. Repasé una por una, todas y me di cuenta que todas no eran más que el relato de una gran ausencia con la que huyera una parte importante de mi existencia.
La noche me sorprendió esta vez más solo si cabe, ajeno a todo lo que hace tiempo me venía rondando. Al instante sentí unos escalofríos, a pesar de ser verano, las noches ya eran más frescas y el rocío invadía cada rincón de mi cuerpo. Entonces intenté con lo puesto, abrigarme un poco más para evadir las pequeñas inclemencias pero desistí en abandonar aquel lugar porque en él había algo que me fascinaba y aferraba el compendio de mis sentidos.
Me di cuenta que sin la menor intención por mi parte, de mi garganta estaban brotando unas palabras cariñosos que se diluían en el espacio, perdiéndose en medio de aquel eterno silencio. Igualmente sin pretenderlo, me puse en pié y vagué sin rumbo hasta detenerme en la primera de aquellas tumbas. Con la yema de mis dedos, todavía húmeda, acaricé el perfíl de aquel epitafio y se me hizo un tanto familiar, recordé la fecha, la edad, en fin, pequeños detalles que encierran la historia y los sueños de toda una vida.
Por último, con el alba, divisé su nombre y me di la vuelta, el camino a casa esta vez como otras tantas era muy corto.
Atrás había dejado el lugar y el silencio del entorno para no entorpecer el sueño en el que estaba mecido aquel hombre, aquel ser sencillo, fuerte, rudo y curtido que fué y seguirá siendo por siempre MI PADRE.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Alexis Play

Te imagino con la mirada extraviada y una lágrima que empaña tus ojos, mientras un tul negro envuelve tu corazon.
Me gusta y me apena a un mismo tiempo.

JAIRO MORENTE dijo...

SIMPLEMENTE ENTERNECEDOR, DECIDIDAMENTE EXPLENDIDO.

Anónimo dijo...

Es pura poesía en prosa. Me encanta el formato de tu blog, muy concentrado, nada disperso. Captas la atención prescindiendo de la imagen.