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martes, diciembre 19, 2006

EL OTOÑO DEL ARPISTA SOLITARIO

Cada nuevo día, la juventud se mostraba más esquiva y menos condescendiente, tanto conmigo mismo como con los demás. Sus atisbos se esfumaban a pasos ajigantados, instalándose en otros nuevos rostros.
Aprendí a llevar con dignidad los surcos que afloraban sobre la frente y tambien, con no menos resignación, no por lo mucho que dejaba atrás si no por lo poco que vislumbraba por delante. El pasado es el olvido, el presente es lo que ves y el futuro semeja estar amputado e incompleto.
Siempre tuve una impresión de una ingente fugacidad planeando sobre mi vida y a pesar de ello sigo manteniendo la calma y disfrutando de ésta con lentitud y aplomo, pero tal vez más de prisa de lo que los demás se imaginan. Cierto es que a veces viví los furtivos encuentros como si presintiera que nunca jamás volvería a repetirlos.
A menudo, una vida en soledad compartida con alguna que otra alma gemela, porque en mi camino somos muchos los que nos cruzamos, pero todos compartimos la misma soledad, tanto con uno mismo como con los demás. Incluso rodeados y en plena efervescencia, seguimos estando igualmente solos, a veces incluso más, pero en esos momentos de distendida evasión, ¿quién piensa, ¡amigo mío!, en soledad?.
A lo largo del camino, conocí demasiadas fisonomías pero tal vez muy pocos caracteres, no profundicé prácticamente con nadie porque admití hace tiempo que la soledad es menos complicada de lo que a primera vista semeja, sinónimo de complicidad con uno mismo. Ésta hiere tan solo si te embarga la cobardía y te vence el valor.
Al atardecer estaba siempre donde estaban, fui muy conocido y tal vez muy poco apreciado porque no disponía de tiempo que perder, quería rentabilizar lo más pronto posible los momentos que me ofrecía el entorno. La elección, tal vez en la mayor parte de los casos no fuera la más acertada y todo debido a la premura que imprimía a mis actos para evitar caer en la desidia y el aburrimiento que me sobrevenían.
Cambiaba con frecuencia de lugar, como quien pasa las hojas vencidas de un calendario pero en todos ellos, fui notando la indiferencia a que nos somete el irremisible paso del tiempo y los surcos más o menos profundos que pueblan nuestra piel, haciéndola que se torne más pálida y ajada pero a la postre mucho más experimentada. Pero yo buscaba otro mundo, en el cual mis semejantes pudieran ver más allá de una simple presencia, pero en esta búsqueda no hayé quien pudiera poner cerco interno a mi liviana existencia.
Así es que, de vagar y errar, tengo el cuerpo curtido y el alma acartonada y cada vez me voy queriendo más a mi mismo y un poco menos a los demás, a los que respeto y a alguno que otro, admiro por su corage y valentía, espejos en los que intento reflejarme para no sucumbir en este sucio Edén en el cual, somos capaces de arrancar las alas a las inofesinvas mariposas, para volar de prestado unos fugaces instantes.
La perspectiva de mi existencia, me permite vislumbrar en el horizonte la urgencia y la premura de un paraíso de lascivia y promiscuidad solo apto para adultos en el que trataré de sobrevir como lo vengo haciendo hasta la fecha. A estas alturas de mi vida, igual que ayer, me siguen atrayendo los cuerpos pero cada vez más, lo que logran seducirme son las mentes, por tanto cambio con frecuencia la rotundidad manifiesta por la contundencia tácita.
La complicidad de la oscuridad lo envuelve y agita todo y cuando traspasamos su umbral, a menudo la sangre reseca no se despega de las manos y su sabor pastoso aún anida caliente en la comisura de nuestros labios, en tanto, el arpista hace sonar desacompasado el instrumento con parte de sus cuerdas maltrechas y vencidas.
El concierto de los días se sucede, mientras que la materia es lo que persiste y domina nuestra existencia.