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sábado, marzo 22, 2014

LA MIRADA INTERIOR


 

 
 
Aprovecho la complicidad de esta noche de tormenta, cuando hace justamente cuatro años que asaltaste mi vida, para decirte que fue el espacio de tiempo más corto en el cual me sentí más enteramente yo.

Hoy puedo intuir en tus ojos ausentes que a pesar de la distancia, continuamos teniéndonos como cuando nuestras ventanas se enfrentaban, abiertas de par en par, para permitirle a la luz invadir el interior de nuestras estancias, con el tibio sol de cada nuevo amanecer.

Todo sigue igual en mi corazón, a pesar de tener el alma vencida y derrotada a causa de esa inmensa línea que traza la distancia, o puede que también algo cambiara, produciendo un desasosiego terrible en mi persona.

El día que recibiste la clarividencia de la llamada, tuviste que recoger tus enseres con lágrimas en los ojos y decidiste cerrar al unísono el corazón, la contraventana y la maleta. En ese preciso instante, comenzaste a abrirme la herida que aún no ha cicatrizado. Entonces, en la misma dirección, secundé tu llamada.

¡Amor mío!, la soledad en este apartado rincón del seminario, crea espectros calamitosos que me atenazan, inseguridades que no se aplacan, pero un intenso ardor que inflama el deseo irrefrenable de tenerte nuevamente para fundirme en ti y en adelante, ser un mismo cuerpo, sin por ello tener que mutilar ambas conciencias y poder de esta forma, continuar combinando nuestras esencias afectivas en un cóctel sagrado de amor, aderezado con unas gotas de la siempre exótica y pecadora flor de la pasión.

¡Angel mío!, disipa mis dudas, dime que continúas acrecentando tu amor por mi y que me sigues viendo reflejado en el iris cristalino de los ojos de nuestro SEÑOR que te observa arrodillada con apasionada devoción. Miénteme si fuera necesario y cuéntame que las horas de penitencia aún no fueron suficientes para borrar el sabor de mis caricias sobre tu piel. Hazme seguir creyendo que mi imagen continúa retumbando en tu atormentada conciencia, mientras mis labios siguen depositando el néctar del deseo sobre los tuyos inmaculados.

¡Regresa vida mía!, regresa encubierta en el silencio en que partiste, cércame por sorpresa, para luego admitir que te encuentras arrepentida de todo este tiempo perdido. Entonces en mi compañía, podrás disfrutar de este gran amor que custodio para ti. Piensa que es mentira que dispongamos de todo el tiempo del mundo para amarnos y ojalá desde la clausura del cenobio, puedas adivinar los latidos desbocados de este corazón senil y pecador que te sigue esperando al amparo de estos sentimientos nobles que brotan de mi interior. Irremediablemente, desde esta fría y lúgubre cárcel de penitencia,  ¡TE QUIERO!.