Este primer domingo del mes de
mayo, abrí como de costumbre la ventana y se coló en la estancia una ráfaga de aire fresco con un inmenso olor a
primavera. Un año más, la tengo conmigo, palpitando a mi vera.
Sé que vale mucho, demasiado
pero soy incapaz de calcular cuanto y espero seguirlo siendo por mucho
tiempo. El valor real de las personas y las cosas, se adquiere cuando las perdemos, en su
ausencia es cuando calibramos la verdadera dimensión y trascendencia.
Es feliz y yo lo soy doblemente,
porque cuando introduzco la llave en la cerradura, alguien me espera al otro lado de
la puerta para recordarme lo mucho que me quiere y estrecharme entre sus
brazos, con una sonrisa tierna en sus labios.
¡A mi madre!, la que me dio la
vida y veló por ella durante más de ochenta años. A esa mujer que sin necesidad
de ser perfecta, es sin embargo, una excelente madre. A sus ochenta y siete
años, sigue ejerciendo como tal, a pesar de sus limitaciones físicas que no así afectivas.
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