…..”La vida solo puede
ser comprendida, echando la vista atrás,
pero ha de ser vivida
necesariamente, mirando hacia delante.
El éxito en la misma, no
se mide por lo logrado, sino más bien,
por todo lo que has
superado y rescatado de la adversidad”…..
L
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Me cuesta dar cumplido
crédito a la cruenta realidad pero desde la fatídica fecha, ya han transcurrido
veinticinco años, ¡quién lo diría!, pero es toda una epatante y avasalladora
realidad. Entonces era tan solo un jovenzuelo cargado de ilusiones, recién
salido de su peculiar adolescencia. Hoy soy todo un adulto acomodado, pisando
con pié firme en su prematura vejez.
Con tan solo diez años
más de los que actualmente campean en mi particular marcador, él se ha visto
obligado a partir, dejando muy poco hecho y tanto por hacer, viendo a penas
nada, aún disfrutando de buena vista. Ni siquiera había tenido tiempo para que
en sus retinas maduraran las incipientes cataratas.
En mis oídos, aún
resuenan sus resueltas sentencias, en mi cabeza, todavía burbujean sus certeras
y savias palabras, sus consejos que han sido el manual de mi vida y conducta,
haciendo de mi, para bien o para mal, la persona que actualmente soy, no la que tal vez a él le hubiera gustado que
fuera. Por entonces, era un proyecto de autor inacabado y hoy soy toda una obra
anónima y autodidacta. El camino de la vida, fue y sigue siendo quien marca y
guía mis pasos, a veces, pasos etéreos y menos firmes de lo que yo quisiera.
Anhelo aquel tiempo de
vino y rosas, carente de toda ambición, el que me han robado cuando más lo
necesitaba, aquel punto vital de apoyo que hizo que me tambaleara y cual
funambulista, me dejó danzando sobre el alambre. Como a tantos otros, a mí
también me tocó jugármela sin red, sobreviví al filo de lo imposible y con las
alforjas cargadas de ausencias, haciendo equilibrios y malabares sobre el
afilado filo de la guadaña. Así es que la vida, ha dejado cicatrices y tatuado
mi existencia de profundo dolor.
A menudo siento vértigo
al contemplar mi rostro en el espejo, divisando absorto, la ajada juventud que
se esfumó, dejando paso al resignado rictus de la decrepitud. El paso
inexorable del tiempo, ha cincelado a su antojo mis arrugas, cual mella
lacerante sobre mi piel. Sus amadas arrugas de entonces, son las detestadas
mías actuales.
Se han evaporado de un
soplo veinticinco años, de los que tengo la sensación de no haber vivido ni
disfrutado la mitad, al permanecer aletargado cual murciélago que tan solo
resucita con el resplandor del tórrido verano.
Más él ya no está,
permanece latente su recuerdo, para mí, con la intensidad de antaño. Él fue, es
y será por siempre MI PADRE, el amigo y el hermano que no tuve, el punto de
apoyo del que la vida me privó pero a pesar de ello, jamás sucumbí.
La solidez constante de
sus sesenta años trabajados a conciencia, fueron proyectados sobre mis
veinticinco de existencia a su lado, luego, el paso del tiempo por mi vida y
las circunstancias, han hecho todo lo demás.