demuéstrale que tienes mil y una razones para vivir”.
La vida es un laberinto con salida definida y llegada certera e ingrata, un camino de aventura y desengaño que transitamos asidos a la nada, de la mano del destino y al encuentro de lo incierto que nos sorprende agazapado en cada esquina. Un interludio sobre papel pautado que vamos interpretando en compás de compasillo. Abrazando sus notas, saboreamos la melodía, a menudo en clave de sol y a veces también en clave de sombra. ¡Bendita música celestial! que nos hace girar y avanzar en el concierto de los días.
La vida es un reflejo de espejos cóncavos y convexos que se encargan de distorsionar nuestra realidad en tanto nosotros nos empeñamos en que ésta sea diferente. La vida en si es la medida y jamás ningún ser humano logró meterla en cintura.
La vida a menudo es cruel, ingrata, osada, arrogante pero también lo es condescendiente, amable y complaciente. Las dosis las marca el destino de quienes transcurrimos ciegos, perdidos y desquiciados por el laberinto.
El tiempo me enseñó a deslizarme por la pendiente, a nadar a favor de la corriente y así te lo transmito, es necesario ser transigente y condescendiente con uno mismo, lanzarse en los brazos de la vida y mecerse entre sus vaivenes, dejarse arrullar, quererse a uno mismo para querer en su justa medida a los demás.
La vida es la que proporciona sentido a las cosas y nos regala cada día un motivo para avanzar y encontrar el camino más adecuado en ese laberinto, cada momento vivido tiene su cara y su cruz. Es nuestra misión sacar el aprendizaje más positivo de cada situación, no dejar que éstas, así porque sí o por comodidad, sean un lastre que cargue nuestras alforjas.
No engañes a la vida porque ésta es más sabia que tú y que yo, no te pierdas buscando atajos inútiles, camina de la mano de tu destino y párate lo suficiente en las encrucijadas para disfrutar de todo aquello que se ponga al alcance de tu mano.
Ama sin medida y sin reservas porque éstas ya se encarga de ponerlas la vida, entrégale a ésta lo bueno y lo mejor que hay en ti sin esperar nada a cambio y entonces seguro obrará el milagro y ella te recompensará con una parte de lo mucho que le has dado y también te ha robado. No midas, no peses, no cuantifiques porque no me cansaré de repetirte que la vida es la medida de todas las cosas. Ni mucho ni poco, ni demasiado ni bastante, considera suficiente lo que te proporciona. Nuestra existencia es el don más preciado, la escala más avanzada de su medida.
Esfuérzate para que te entiendan y en entender a los demás, todos tenemos nuestras razones, equivocadas o no, prueba a empatizar y meterte en la piel de la gente que te rodea, intenta conseguir que piensen como tú y tu piensa como ellos, aunque solo sea un mero ejercicio, una catarsis personal, así comprenderás que incluso los polos que creías más opuestos no se encuentran tan distantes.
No desesperes por encontrar la vía más directa que te conduzca a la meta, la esencia de la vida radica en el camino, piérdete en el laberinto, disfrútalo lenta y pausadamente. La meta es siempre la misma para todos, agónica y decepcionante. En el camino encontrarás la intriga, la pasión, la emoción, las sorpresas, el encanto, el desencanto, la tragedia, lo dulce, lo amargo, lo ingrato, etc… Como buen caminante, durante el trayecto, habrás aprendido a valorar las cosas con la medida que te proporcionó la vida. Ésta ha de ser comprendida echando la vista atrás, pero igualmente vivida mirando siempre hacia delante.
“La lucha más grande en la vida es luchar con uno mismo... el día que dejes de hacerlo, el mundo te gobernará”.
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