En este mar de lágrimas,
lloro sin consuelo,
por los pobres de espíritu
y los ricos sin conciencia.
Lloro por el que lo tiene todo,
incluso el odio y el desprecio,
del prójimo que oprime
y del hermano al que exprime.
Lloro por la sin razón y la injusticia,
de quien sin serlo, se cree justo,
del zafio y ruin de corazón
que infravalora a sus semejantes.
Lloro por aquellos que en sus adversidades
no cosecharán la lágrima de un amigo,
por los que se le acartona el corazón
de tanto inutilizarlo.
Lloro por el que solo tiene lágrimas para sí mismo,
y no es capaz de mitigar las de su hermano,
por el que pierde su horizonte
allí donde empieza su propia frente.
Lloro de impotencia un mar de lágrimas,
por el asco que me produce semejante ruindad,
por quien con mano firme blande el látigo
que fustiga a mis amigos y hermanos.
Y al final de tanto llanto derramado,
cuando termine este absurdo juego,
doblaremos carcajada al ver como rey y peón
vuelven a reposar en una misma caja.
Preguntado el sabio con qué moneda pagará tamaña mezquindad, este respondió que con la que atesora en lo más hondo, de la parte oscura de su corazón, la falsa moneda de la traición.