"Que Dios me clave en los ojos alfileres de cristal,
para no verme frente a frente conmigo y mi verdad"
Miguel Poveda
Una
gélida noche de invierno me proporcionó su contenido abrazo de bienvenida. El
año viejo agonizaba y el nuevo pugnaba por instalarse sigiloso en nuestras
vidas. El firmamento, desplegó su manto de estrellas refulgentes para saludarme
en silencio.
He
nacido envuelto en una espiral de lujuria, por lo mismo, desde mi tierna
infancia, la ropa abrasaba mi piel, conteniendo y limitando el fluir de mis
sentimientos. Este era mi fatídico signo, el que luego arrastraría ya de por vida.
En
las tórridas noches de mi adolescencia y posterior madurez, sucumbí sin
conciencia ni mesura al desenfreno y la pasión. Tu lívido se ahogó bajo el peso de mis
caderas, en tanto las aspas del ventilador mecían las mil trizas de la sábana
de seda que camufló el torrente cálido de la vida en pugna entre el deseo y el
amor. Amanecí con los ojos cuajados de amaneceres en soledad y extrañando tu
presencia. Las agujas del reloj, avanzaban con un cansancio mortecino y
pasmoso, arrastrándome con ellas en un torbellino de agónica desesperación.
Tu
excesiva reserva me fustigaba y alteraba, sumiéndome en un estado de
consciencia permanentemente alterada. Me sigo derrumbando y pensando en ti a
cada instante. El peso de las estaciones y los días, no fue losa suficiente
para sepultar tu recuerdo.
En
el ventanal de la alcoba, el cielo escupía con furia mil gotas lúbricas que se
deslizaban por el cristal al unísono que tus medias descendían de la cintura a
los tobillos, acariciando la obscena curvatura de tus caderas. Los puntos se
enredaron entre mis dedos y las carrerillas diseñaron tus medias.
El
fuego candente de nuestros gemidos, derritió el hielo que navegaba a la deriva
en el vaso y se deslizaba lentamente de mi boca a tu paladar, refrescándote la
garganta, contraída por los estertores y espasmos atropellados de un
irrefrenable deseo canalla.
Con
los años, me convertí en un ser irreverente y transgresor, con incontinencia
pasional, evadiendo penas y problemas. Al final, lo que me diferencia y hace
especialmente único, es el poder elegir y decidir lo que hago con mi vida. Para
bien o para mal, acarreo con las consecuencias de mis actos. Algo tan sencillo que todos pueden hacer y sin embargo, solo los más osados hacemos.
Vivir
es sumamente arriesgado, terrible y a la vez apasionante. Saber que el torrente de la
vida pende de un hilo, me produce un dulce vértigo que hiela y paraliza mi
sangre por momentos, pero no por ello, me va a impedir cabalgar de nuevo en mis
noches canallas.