Aprovecho la complicidad de esta noche de tormenta,
cuando hace justamente cuatro años que asaltaste mi vida, para decirte que fue
el espacio de tiempo más corto en el cual me sentí más enteramente yo.
Hoy puedo intuir en tus ojos ausentes que a pesar de
la distancia, continuamos teniéndonos como cuando nuestras ventanas se
enfrentaban, abiertas de par en par, para permitirle a la luz invadir el
interior de nuestras estancias, con el tibio sol de cada nuevo amanecer.
Todo sigue igual en mi corazón, a pesar de tener el
alma vencida y derrotada a causa de esa inmensa línea que traza la distancia, o
puede que también algo cambiara, produciendo un desasosiego terrible en mi
persona.
El día que recibiste la clarividencia de la llamada,
tuviste que recoger tus enseres con lágrimas en los ojos y decidiste cerrar al
unísono el corazón, la contraventana y la maleta. En ese preciso instante,
comenzaste a abrirme la herida que aún no ha cicatrizado. Entonces, en la misma
dirección, secundé tu llamada.
¡Amor mío!, la soledad en este apartado rincón del
seminario, crea espectros calamitosos que me atenazan, inseguridades que no se
aplacan, pero un intenso ardor que inflama el deseo irrefrenable de tenerte
nuevamente para fundirme en ti y en adelante, ser un mismo cuerpo, sin por ello
tener que mutilar ambas conciencias y poder de esta forma, continuar combinando
nuestras esencias afectivas en un cóctel sagrado de amor, aderezado con unas
gotas de la siempre exótica y pecadora flor de la pasión.
¡Angel mío!, disipa mis dudas, dime que continúas
acrecentando tu amor por mi y que me sigues viendo reflejado en el iris
cristalino de los ojos de nuestro SEÑOR que te observa arrodillada con
apasionada devoción. Miénteme si fuera necesario y cuéntame que las horas de
penitencia aún no fueron suficientes para borrar el sabor de mis caricias sobre
tu piel. Hazme seguir creyendo que mi imagen continúa retumbando en tu
atormentada conciencia, mientras mis labios siguen depositando el néctar del
deseo sobre los tuyos inmaculados.
¡Regresa vida mía!, regresa encubierta en el
silencio en que partiste, cércame por sorpresa, para luego admitir que te
encuentras arrepentida de todo este tiempo perdido. Entonces en mi compañía,
podrás disfrutar de este gran amor que custodio para ti. Piensa que es mentira
que dispongamos de todo el tiempo del mundo para amarnos y ojalá desde la
clausura del cenobio, puedas adivinar los latidos desbocados de este corazón
senil y pecador que te sigue esperando al amparo de estos sentimientos nobles
que brotan de mi interior. Irremediablemente, desde esta fría y lúgubre cárcel de
penitencia, ¡TE QUIERO!.