“Cuando un amigo me falla, experimento idéntica sensación
a cuando se me derrumba un castillo de naipes. El trabajo y
la lucha por culminar la cúspide ha sido inútil, la decepción
terrible y el resultado, vano a
más no poder. El vacío dejado
en mi corazón, jamás lo podrá llenar la llegada de otro amigo”.
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A la hora de colocar un punto y final, hay que hacerlo sin rencor,
conservando los mejores recuerdos de los momentos vividos y de las personas que
en su día estuvieron a nuestro lado, ayudándonos a transitar parte de nuestro
trayecto vital.
Es muy doloroso, sumamente terrible darse cuenta que algo o alguien no
ha estado a nuestra altura, que ese algo o ese alguien ha sido en cierta manera
y sin acritud, un lastre en nuestra vida, a pesar de estar uno convencido de lo
contrario.
En el camino, aprendí que es necesario poner a prueba a los demás para
observar si éstos se esfuerzan y luchan por superar las pruebas, si se afanan
en el intento aunque desfallezcan o si por el contrario, no muestran el mínimo
esfuerzo por afrontar y superar los retos que uno sabiamente va colocando en el
camino.
Me gusta estudiar y observar las conductas humanas, valorar su alcance
para decidir con conocimiento de causa si los pasos ajenos son dignos de seguir
los míos. De lo contrario, prefiero abandonarme a la soledad del corredor de
fondo.
Mi mayor tragedia, ha sido vivir con los ojos cerrados al sol y la
mente abierta a los sueños. Después de casi medio siglo de existencia, soy
dolorosamente consciente que con mi muerte también se morirá mi mejor amigo.
Siempre alimenté la idea romántica de que la muerte es menos concluyente si
eres capaz de seguir existiendo en la memoria de los amigos que te sobrevivan
pero esta falsa quimera sucumbe y se desvanece por instantes, cuando me doy cuenta
que a veces no existen respuestas más
allá de mis preguntas.