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domingo, septiembre 01, 2013

EL ANGULO OBTUSO DE TU MIRADA


 

“Para ti que así lo has querido
y porque a tu lado, así lo viví”
 

Con paso firme y decidido me adentré una vez más en una danza lúbrica de mil colores, formas y texturas. El torbellino de la noche con su fatal encanto lo envolvía todo, mientras en mi cerebro se deslizaban las neuronas mecidas en un magma de esperma, infinitamente cálido.
A lo lejos, divisé agazapada la silueta definida de la lujuria que lo inundaba todo de deseo. Adiviné en el humo gris de su etérea mirada, el galope desbocado de sus cálidos senos al entrechocar con mi torso.

Sin ella a penas darse cuenta, ya había sucumbido a las garras de mi instinto más perverso y depredador. Ambos de la mano, nos despeñamos al fondo de un abismo de pasión.
No me había visto y sin embargo yo, sabía que no tenía más remedio que sucumbir bajo el peso de mis caderas. Estaba eternamente atrapada en el poder subyugante de mi mente.

La seguí de lejos, a distancia prudencial, sin importarme lo más mínimo su pasado y presente, porque al final, sería yo quien de un zarpazo, hiciera añicos el espejo de su lozanía. Poseía ese semblante que me atrae irremediablemente, ¡tenía cara de cielo y ojos de perdida!. Llevaba tatuado el vicio y la lascivia sobre su tornasolada palidez, no era simplemente un ser humano al uso, sino más bien, un objeto de deseo, una autómata programada para el placer sin mesura. Placer propio y ajeno que invita a pecar dulcemente.
Cuando le demandé un cigarrillo, su imagen ya se difuminaba lentamente en el iris cristalino de mis ojos. Era inevitable para ambos, tenía que suceder y sucedió. Hay veces en que el azar, limita el poder de elección.

Mientras su mano forzaba la solapa de la cajetilla, la mía se deslizó por la obscena curvatura de sus nalgas y mis labios sellaron violentamente los suyos. Sobraron las palabras y nos abordó la extrema urgencia.
Mi virilidad turgente, pugnaba por partirle en dos, el elixir cálido de la vida lo hacía por agredir su piel, por marcar a fuego lento nuestro encuentro furtivo. Hervía y se desbordaba la noche a nuestro paso, mientras se derretía en nuestros labios el hielo del último gintonic.

Consiguió que mi cuerpo crepitara a la par que mi mente, cuando inhiesto rocé las trémulas puertas de su séptimo cielo. El calor de la vida se adueñó de mi masculinidad y la sentí perfectamente acomodada y rendida en el vaivén armónico de mi pelvis.
Desde aquel día, hubo uno, otro y muchos más. Ella encontró entre mis brazos, un par de alas que todavía le permiten fantasear y yo un balcón ciego en su mirada que me invita a cabalgar la noche, buscando el sendero que me posibilite alcanzar lo inalcanzable.