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jueves, septiembre 21, 2006

DIAS DE VINO Y HIEL



En el carcomido marco de la ventana, se recorta el perfíl de mi figura, como la parte más importante de un gran proyecto. Igualmente se despliega una bucólica vista del jardín que oxigena a diario nuestra rutinaria existencia. Por supuesto la mía y la de quien conmigo va.
Era uno de esos tantos días en que mis manos ocultaban atenazantes el rostro, cuando a penas se daban cuenta de que mi inocencia se había desplomado irremisiblemente.
Desde entonces la compañía de los espejos se multiplicó por doquier, todo el caserón era un puro reflejo, las imágenes que me devolvían me hacían sentir diferente, me fascinaban y provocaban en mi subconsciente sensaciones indescriptibles y momentos inenarrables.
A lo lejos, se divisan las lomas y el emparrado, lugares a los que con frecuencia antaño recurría para compartir las desventuras que agonizaban con el tierno canto de los pájaros y las caricias de la frondosa vegetación.
Con el paso del tiempo, me sentí admirado y espiado en soledad lo que, me llevó a interpretar un papel muy poco acorde con mi vida y muy proclive a la ojeada indiscreta de mis espectadores. Mis encantos personales sucumbieron para dar paso y rienda suelta a la ficción que se apoyaba en mis innegables posibilidades interpretativas. Con tesón y denodado empeño, a menudo logré satisfacer a todos a costa de odiarme y reprocharme cada día un poco más.
En pleno verano sentí como con frecuencia se me helaba la conciencia, en tanto mi cuerpo tiritaba de la impotencia de no poder expandir las alas y volar para recuperar lo que fuí y ya jamás volveré a ser.
Ante mis ojos, se deslizaba el atardecer en calma y sobre una paz y sosiego inusitadas, sentí desde la espalda como alguien me abrazaba y entonces sonrreí, con el brillo de la mirada empañado por la lascivia. Al instante me di cuenta que los brazos rozaban mi piel tan solo para dirigirse al pomo de la ventana. En calma, entorné los ojos y disfracé con una decepción la sonrrisa, pudiendo ver como los redodendros estaban cuajados y en flor, todos vestidos de rojo y aderezados de un verde esperanza insultante. Al rato me di la vuelta y la alcoba seguía tan desnuda como mi alma, entonces la amargura me empujó hacia el viejo gramófono, desplegué la manilla y suavemente dejé caer la aguja sobre el lustrado vinilo. El corazón de Amalia me advirtió una vez más que, los que vivimos cobijados por un techo de vidrio, debemos olvidarnos de andar a pedradas.
Cerré primeramente la ventana, después la contraventana y luego descorrí las cortinas, me tumbé a su lado sobre la cama y alcé un brazo extendiendo la mano para intentar coger algo que huía. Entre ambos emprendimos el viaje al país de nunca jamás, hasta que el despertador interrumpió el dulce sueño y me advirtió que era hora de enfundar la máscara para enfrentarme al hostíl mundo que me espera, nadamás poner los pies fuera de mis dominios.

sábado, septiembre 16, 2006

ESA AUSENCIA QUE AUN PALPITA

ESA AUSENCIA QUE AÚN PALPITA


Llegué al lugar de referencia con el anochecer de aquel día de verano. Todo parecía mecerse en la quietud y el silencio, no pudiendo divisar rastro alguno de vida humana o animal.
Me tendí en el suelo y acaricié con el dorso de mis manos la hierba fresca, cubierta con un manto ténue de millones de pequeñas partículas de agua. Gotas cristalinas que en la oscuridad de la noche me devolvían el reflejo de las estrellas que en lo alto cuajaban el firmamento, anunciando el final del verano y el acecho del otoño.
En frente se alzaba aquella pequeña hermita, anclada en el centro del campo santo y de la cual se desplomaban unos rayos de luz que provenían de lo alto de su torre. Ésta me hería el rostro y reavivaba los recuerdos que anidaban en mi interior a la vez que me devolvía la belleza pétrea de aquella obra de arte.
Estos pequeños rayos, me permitieron sacar el cuaderno en el que siempre anotaba esas pequeñas histórias que hacen de la vida y de las personas lo que realmente somos. Repasé una por una, todas y me di cuenta que todas no eran más que el relato de una gran ausencia con la que huyera una parte importante de mi existencia.
La noche me sorprendió esta vez más solo si cabe, ajeno a todo lo que hace tiempo me venía rondando. Al instante sentí unos escalofríos, a pesar de ser verano, las noches ya eran más frescas y el rocío invadía cada rincón de mi cuerpo. Entonces intenté con lo puesto, abrigarme un poco más para evadir las pequeñas inclemencias pero desistí en abandonar aquel lugar porque en él había algo que me fascinaba y aferraba el compendio de mis sentidos.
Me di cuenta que sin la menor intención por mi parte, de mi garganta estaban brotando unas palabras cariñosos que se diluían en el espacio, perdiéndose en medio de aquel eterno silencio. Igualmente sin pretenderlo, me puse en pié y vagué sin rumbo hasta detenerme en la primera de aquellas tumbas. Con la yema de mis dedos, todavía húmeda, acaricé el perfíl de aquel epitafio y se me hizo un tanto familiar, recordé la fecha, la edad, en fin, pequeños detalles que encierran la historia y los sueños de toda una vida.
Por último, con el alba, divisé su nombre y me di la vuelta, el camino a casa esta vez como otras tantas era muy corto.
Atrás había dejado el lugar y el silencio del entorno para no entorpecer el sueño en el que estaba mecido aquel hombre, aquel ser sencillo, fuerte, rudo y curtido que fué y seguirá siendo por siempre MI PADRE.

viernes, septiembre 15, 2006

MATICES DE NEÓN

La tarde se desvanecía lentamente sobre el horizonte, en tanto la noche se aventuraba y cernía sobre la ciudad y sus habitantes. Por la calle, la gente apuraba el paso y las compras dejadas para el último momento. A medida que oscurecía, una claridad artificial lo iluminaba todo de colores atractivos a la vista de los viandantes.A lo lejos te divisé agazapada bajo aquel paraguas de color indefinido y neutro, quizás acorde con tu vida o quizás no. Te vi acercar con pasos indecisos y me hice a la idea que nuestro encuentro se iba a producir a pesar de que el destino lo quisiera o no. Me imaginé que me habías visto, esquivando los charcos, a rostro descubierto y con los cabellos empapados.Te acercaste más y más y cuando estuviste a mi altura, me reconociste, ni siquiera te detuviste, seguiste tu camino marcado y yo tambien seguí el mío.El aire de la muchedumbre me golpeaba en el rostro, sus olores diferentes se impregnaron en mi ropa y yo seguí ausente caminando hacia no se sabe donde, ni en busca de se sabe qué.Cuando me giré, chocó mi mirada con la tuya, ambos estábamos detenidos y ausentes sin saber el porqué. Emprendimos el acelerado viaje hacia el país de nunca jamás, sin saber lo que el uno había pensado del otro. Tal vez hubiera reparado pero no tuviera ni un pensamiento para mi.El autobús se detuvo en la parada y la abalancha de gente pasó al interior, me decidí y entré tambien, estaba calado hasta los huesos y tenía helado el corazón.Me bajé cuando se detuvo y enfrente divisé la colina que me daba la bienvenida, el aire puro de los árboles inundó la cavidad de mis pulmones. Me adentré en el parque y a escasos metros, estabas tú, sentada en aquel familiar y pétreo banco, igual de mojada como lo estaba yo y tan ausente como te había visto unas horas antes.Pasé a tu lado y la indiferencia de nuevo quiso poner distancia entre ambos.La casualidad, el azar, la providencia, me hicieron ver que el invierno se había instalado en más corazones. No era tan distinto a los demás, tal vez los demás fueran distintos a nosotros y sabían disimular mejor el abatar de las estaciones que anidan en nuestro interior.Me alejé de tí tanto como de mi mismo, porque alguien me había dicho que cada uno libra su propia batalla sin pretender abordar la de los demás.El amanecer me sorprendió con resaca y estornudos, pero sin nadie que gentilmente me ofreciera un café caliente, entonces pensé: ¿ y a tí, cómo suelen sorprenderte los amaneceres?. ¿Tal vez con una caricia al alma?, ¿un te quiero falseado? ¿o la eterna promesa incumplida de volver a verte?.

jueves, septiembre 14, 2006

AQUELLOS MALTRECHOS OJOS VERDES

Recuerdo que me pediste, a menudo con insistencia, que cuando el tiempo me lo permitiera que intentara con la perspectiva que da la lejanía, acercarme cauteloso al brillo de tus ojos tristes. Que narrara la historia en la que un día, ambos vivimos atrapados y que en el presente, no es más que un amargo punto de referencia de esa lejanía un tanto próxima.
Llegaste a mi vida sin yo pretenderlo, al menos explícitamente, como quien dice al acecho, agazapados en aquel sórdido lugar, intentando que nuestros cuerpos se repusieran de la resaca de 43 y al tiempo, capeando las inclemencias del otoño que pugnaban por calar nuestros cuerpos.
De camino, con todo dicho, te invité a que subieras y te quedaras y me extrañó sobremanera que abandonaras la maleta, al preguntarte, contestaste que no valía la pena ocupar mi reducido espacio con un enser tan voluminoso y con tan poco contenido.
Te acomodaste en mi casa, en tanto yo fui a buscarte el paquete de Ducados, por lo menos, esa era la escusa que puse y sin que lo supieras, fui a rescatar la maleta y la camuflé en un rincón del altillo.
Asalté tu entorno, quizás demasiado rápido, tú boca decía a todo sí pero tus ojos la contradecían, en tanto tu cuerpo rechazaba el impetuoso acoso del mío.
Entonces vivimos la novedad y más tarde, nos instalamos en la rutinaria monotonía que hacía que todos los días fueran monocromos bajo el techo de aquel espacio diminuto y abuhardillado.
Hice las cosas con esmero y de la mejor manera, poniendo todo el empeño y las ganas pero parecía no ser suficiente para devolverle el brillo y la calidez a tú extraviada mirada.
Nuestras ilusiones naufragaron, eso creí yo al principio, luego dudé y tal vez las que se hundieran fueran tan solo las mías, porque tú, jamás pusiste el mínimo ápice de ilusión.
El hastío nos convirtió en seres insoportables para con nosotros mismos y cada cual por su lado, trató de sobrevivir al naufragio y parece que lo hemos conseguido.
De esta historia, en el recuerdo, tú conservas unas alas en mis brazos y yo un balcón ciego en tú mirada y aquella maleta olvidada en el altillo.
Delante de una fotografía, manida y decolorada, el gramófono me hace caer en la cuenta de lo traidores que pueden resultar un par de descarriados ojos verdes.
En tanto suena el vinilo, me dispongo a rescatar la vieja maleta de cuadros escoceses. Forzando la oxidada cerradura, logro abrirla y observo que estaba sospechosamente vacía pero solo allá muy en el fondo pude intuir en el reflejo de unos ojos, la amargura de un fracaso y la huída forzada de una decepción.

ESCRIBO EN LAS ALAS DEL VIENTO




EDITORIAL

Escribo para ti que te encuentras a mi lado y tambien en el otro extremo del mundo. Para ti que me vas a juzgar sin conocerme y a sentenciarme sin a priori indagar en mi delito.
Escribo para ti que estás hecho a mi imagen y semejanza, un naufrago más asido a una pequeña tabla de salvación.
Escribo para que mi estela y su impronta me sobrevivan y perduren cuando yo haya trascendido.
Te escribo para que me comprendas, aúnque no me compartas y no para que me condenes, porque si algún delito he cometido, éste ha sido el vivir de prisa y al amparo del atrevimiento y la osadía.
Escribo de noche para gritarle al día y al mundo, cuan dueño soy de mi libertad y lo poco que me cuesta jugármela contigo a una escalera de colores.
Escribo para decirte todo, sin a penas contar nada, para descargar el peso de mi irredente conciencia sobre vuestras conciencias, para compartir un mundo interior de ausencias que nos sumerge sin querer en “El ocaso de la esencia”.
En adelante, te escribiré en las alas del viento a fin de entregártelo todo a cambio de nada.



JOSÉ MANUEL BOUZAS BLANCO